Los niños necesitan experimentar, por sí mismos en un entorno seguro para perfeccionar estos avances y desarrollar los músculos y las redes neuronales implicadas en ellos. En estos casos el papel del adulto debe limitarse a dejarles practicar para que sean ellos los que, siguiendo su propia maduración, maduren.
En estos aprendizajes físicos, para que las circunstancias se desarrollen sanas, la única función de los padres y madres debe ser la de no entorpecerles. No obstante, a pesar de que estén inmersos en un proceso de aurorregulación, nunca se debe olvidar que los niños pequeños para sentirse seguros y atreverse a probar nuevos movimientos, siempre necesitan saber que sus padres o cuidadores están cerca. Este tipo de hitos autorregulados se producen en procesos físicos programados en nuestra especie, tales como mamar, dormir, andar o hablar. Sin embargo, en otros tipos de aprendizajes madurativos como puedan ser el emocional o el social, la cuestión se vuelve mucho mas peliaguda.
Consejos:
- Observemos si sufren mientras juegan. Los padres y educadores tenemos que estar atentos a los juegos de los niños para observar el estado emocional de cada uno de ellos. Si alguno da muestras de no estar a gusto o si nos percatamos de situaciones de abuso de poder, debemos intervenir para mediar y, entre todos, hallar y consensuar una solución al conflicto.
- Si hay abuso, tratemos de mediar. Un niño acompañado y sostenido emocionalmente en situaciones de conflicto o de peligro se sentirá querido, valorado, valioso, lo que fortalecerá su autoestima y la imagen que elabore de sí mismo. Ya de adulto se convertirá en una persona que confiará en sí misma, al igual que en el pasado sus padres confiaron en él.
- Enseñemos a solucionar sin ser agresivos. Nuestro ejemplo resulta fundamental para que los niños aprendan a gestionar sus conflictos de forma saludable. Si nuestros hijos observan cómo les defendemos de manera asertiva, ellos aprenderán a gestionar sus emociones y defenderse de forma equilibrada, sin necesidad de atacar, gritar o hacer sentir mal a los demás.
- Resolvamos la situaciones con empatía. Un modelo sano de gestión de conflictos es aquel basado en el diálogo, la negociación, desde la empatía, la comprensión, el sosiego, la asertividad y la cooperación. Dejar de lado el antagonismo, los perjuicios y la competitividad resulta esencial para alcanzar un acuerdo respetuoso para todas las partes.
- Defendámoslos también de otros adultos. Con frecuencia, los adultos que rodean a los niños se muestran irrespetuosos con ellos. En estos casos también es necesario que intervengamos para que nuestros hijos se sientan protegidos -desde el respeto siempre- y para evitar el ¨abuso¨ de poder ¨adquirido por ser el adulto ¨ – que se esté produciendo. Hablar con su maestro, un pariente, un monitor, se toma imprescindible cuando detectamos un comportamiento desconsiderado o problemático por parte de un adulto hacia nuestros hijos.
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