Si a las características de los hijos y a las historias de los padres le sumamos distintas circunstancias, la educación en la diversidad es a ¨la carta¨…
¿Quiere usted a sus hijos por igual?… Aunque la respuesta de la mayoría de los padres será un sí. Efectivamente, el amor a nuestros hijos -entendido como el deseo de buscar su bienestar en cada momento- es una emoción que nace de la igualdad. Anhelamos lo mejor para ellos:
- Que estén sanos
- Que vivan felices
- Que sepan desenvolverse en su futuro
- Que sean prósperos…
El amor es una emoción positiva e intensa que abarca a todos por igual, no importa el número de hijos que se tenga. Dicho lo cual se acabó la igualdad. El impulso de apego, la tendencia de los niños a buscar nuestro amparo, requiere que eduquemos a nuestros hijos en función de sus necesidades. Por ejemplo, un niño inseguro precisa un apoyo especial para vencer el miedo. El bebé inquieto para tranquilizarse y, si el chiquitín es alegre y dinámico, nos costará más trabajo ponerle límites.
Establecemos con cada hijo un tipo de vínculo único e irrepetible. Por otra parte, los padres y las madres también tienen su personalidad y vienen con su propia historia… que a veces no es idílica y fantástica. Hay progenitores pacientes, inquietos, inseguros o alegres también. Padres e hijos se sincronizan, a veces, a las mil maravillas, el problema surge cuando los bagajes personales de los padres no armonizan con los rasgos o las necesidades del niño creando una interacción más complicada. Si a las características de los hijos y a las historias de los padres le sumamos las circunstancias diferentes en las que cada uno de nuestros retoños nace, el cóctel de la educación en el respeto a la diversidad de cada uno está servido dentro de las paredes de nuestra casa. Pongo en manifiesto un sencillo ejemplo, un niño nació cuando su madre acababa de perder la figura maternal, ella se apegó al niño en exceso para superar el duelo. Ahora está aprendiendo a dejar a su «niño mimado» su espacio de autonomía. Aunque no se suele admitir en voz alta, lo normal es que los padres tengamos preferencias, no basadas en el amor, sino en la afinidad: «Es igualito que yo». El mito de la igualdad A pesar de lo dicho, en casa los niños reclaman igualdad. Es humano sentir mayor afinidad con un hijo, lo inapropiado es demostrar esa predilección sin cautela, haciendo una diferencia con los demás, relegando o menospreciando consciente o inconscientemente al hijo «no preferido». Aquí no sólo se compromete la salud y bienestar del niño, sino que se pone en juego toda la estabilidad familiar y también la estabilidad emocional de cada uno. ¿Qué podemos hacer? Aceptarlo. Los padres no somos perfectos, sino guías y el simple hecho de ser conscientes de nuestras predilecciones nos ayudará a ser más sinceros con nosotros mismos y más realistas con nuestros hijos. Reconocer que la relación con un hijo es más fácil que con otro sin culpabilidad nos impulsa, paradójicamente, a seguirlos queriendo por igual. La culpa es enemiga de amor. Comunicación positiva. Puedo estar enfadada porque mi hija viste de una manera que a mí no me gusta, pero debo expresarlo sin juicios negativos hacia ella. De esta manera, los hijos sienten que pueden ser ellos mismos y no lo que nosotros esperamos de ellos. Es indispensable corregir sin herir… ¨ Mejor ser constructiva, que violenta ¨. Atender a las necesidades diferentes. A veces, ante la misma situación, un hijo necesita que lo escuchen y otro un abrazo. Tener en cuenta que son distintos incluye los ritmos madurativos de cada uno, hacer otros deportes o actividades extraescolares y tener amigos propios con quien puedan sentirse felices.
No compararlos, porque sabemos que son distintos, pero no hay que compararlos porque eso produce una gran herida emocional en el niño que está formando su personalidad. Cada hermano es como es. La única comparación válida es dentro de su propio desarrollo como individuo, ver como progresa, sus adelantos y esfuerzos, etc. No idealizar a ninguno de los hijos. El idealizado siente que tiene que cumplir con los mandatos familiares y se siente exigido y tensionado. El desvalorizado puede sentir que no vale nada. Es mejor tratar a cada uno como es. El amor es una emoción adaptativa y, por lo tanto, flexible para acoplarse a las personas que amamos. Desde este enfoque emocional y desde una educación positiva, el trato diverso y ajustado a cada uno de los hijos es una realidad necesaria y más común de lo que se piensa. Esto no supone una discriminación ni favoritismo, significa que cada relación padre-hijo/a o madre-hijo/a es un universo en sí mismo.
Deja un comentario